El bautismo de Jesús resulta siempre algo extraño. ¿Acaso necesitaba Jesús bautizarse? Juan proclamaba un bautismo de conversión: mediante la confesión de los pecados y el agua se "nacía" a una vida nueva, pero Jesús no tenía pecado. Sin embargo, Él se incorpora a la muchedumbre de los pecadores que esperan a la orilla del Jordán. Se hace uno con nosotros. Es la primera vez que asume la condición de pecador sin serlo en realidad.
Por otro lado, el bautismo de Jesús marca un antes y un después: es el final de la vida oculta de Nazaret y el inicio de su ministerio público. Y es antes de empezar su misión cuando ya el Padre se complace en el Hijo.
Para nosotros, en el ritmo litúrgico, el bautismo de Jesús marca el final de la Navidad y el comienzo del Tiempo Ordinario. El final de las vacaciones y el comienzo de la vida cotidiana. Pero uno no vuelve igual a su rutina anterior, algo ha cambiado, algo ha tenido que cambiar. Algo ha traído de diferente el Señor a mi vida durante estas navidades.
Quizá sea un buen día para pararnos a repasar estas navidades y ver cómo ha sido el paso del Señor en ellas, encontrar los regalos sencillos que Él nos ha hecho. No los de los reyes, que también nos alegran, sino los que nos han dejado una alegría discreta y duradera en el corazón. Esos son verdaderamente los que nos ha traído Jesús niño. Los que nos hacen afrontar este tiempo ordinario como algo nuevo, algo que está por escribir, un tiempo en el que Dios va a seguir estando y sorprendiéndonos. Y un tiempo que está bendecido por el Padre, que se complace en todos nosotros antes de emprender esta vuelta a lo ordinario.
¡Que sepamos vivir renovados por la Navidad este tiempo ordinario que empezamos!
Manu Blázquez Perdiguero
Seminarista de Ávila
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