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Foto del escritorEsclavas Carmelitas

Primer miércoles - Septiembre

Actualizado: 6 oct 2021

Alegría y paciencia de San José


Nos dice el Papa Francisco, que el buen humor, nace de la alegría y el gozo en el Espíritu. Así eligió Dios a José, hombre justo, paciente, para custodiar a su Hijo y a María, elegida para ser su Madre.

José supo esperar contra toda esperanza, el tiempo de Dios, sus designios sobre aquella familia bendita. Esperó el nacimiento de Jesús, con la confianza puesta en su Dios, en medio de la noche. Su corazón paciente le llevó a la alegría de ver nacer en primera persona, al Hijo de Dios. Y con gran gozo, en la inmediatez del Misterio, pudo proclamar una gran verdad, que tanto tiempo defendió la Iglesia: “Es un niño precioso…es el Enmanuel…Verdaderamente este niño, es Dios-con-nosotros”.

Con paciencia esperó, atento a la Palabra de Dios, como peregrino de la fe junto con María, hasta poder volver a Nazaret. Pero su gozo y confianza interior era experimentar que Dios iba delante, abriendo caminos, como fuerte columna de nube y fuego.

Ellos son la Iglesia que camina, que trabaja, que habita entre los hombres; que comparten con todos, sus alegrías y tristezas, sus inquietudes y sus esperanzas. Están disponibles siempre a la Voluntad de Dios.

En el hogar de Nazaret, toda actividad y cuidado está alrededor del Niño. La Sagrada Familia vive para Jesús y vive de Jesús. Él es quien ilumina sus vidas, como Palabra Viva en medio de su casa. El “hijo de José” fue creciendo en un ambiente familiar lleno de vida y de alegría.

José le enseña, como padre, a amar a Dios y a los demás, con corazón de hombre. Por eso, en Jesús se repetían sus mismos gestos, sus miradas, expresiones, porque dejaron una huella profunda en Él.

Y José, con esa paciencia y buen humor, le enseñaba de forma especial, a rezar… ¿Hay algo más grande, que un pobre hombre, José, enseñe a Dios a rezar a Dios: “Shemá, Israel Adonai Eloheú, Adonai Ehad”?

José también iba creciendo en gracia de Dios y en conocimiento del Hijo de Dios, sabiendo que principalmente “tenía que estar en las cosas de su Padre”. Al mismo tiempo cuida a Jesús como a un hijo, y lo alaba como a Dios.

Con gran gozo y alegría, al final de su vida, Dios puede dejar a José irse en paz, porque su misión estaba cumplida: Vivir de Eucaristía (en continúa acción de gracias), y dar a Jesús al mundo, como fiel sacerdote que celebra una Nueva Alianza: la nueva unión de lo divino y lo humano. ¡¡Toda una obra de arte!!




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