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Foto del escritorEsclavas Carmelitas

Oración joven

CANTO DE EXPOSICIÓN

No sé cómo darte un poquito de mi luz.

Si quisieras abrirte algún día algún día a mi amor.

Quizás comprendieras que mi vida eres tú,

lo mejor que ha pasado en la historia es fundir nuestro amor.


TÚ MI DOLOR, TU MI ILUSIÓN

Y POR ESO ME QUEDO A TU LADO

EN TU CORAZÓN.

YO TU PROMESA,

TÚ MI CANCIÓN

UNA VIDA QUE LLAMA A LA VIDA

BUSCANDO LA UNIÓN.


Ven conmigo, sé mis manos

préstame tu ser, tu caminar,

te doy la fuerza, la libertad.


INVOCACIÓN AL ESPÍRITU

Ven Espíritu de Dios. Pon tu paz en todas mis guerras.

Ven, seréname, Señor. Transforma mi vida entera.


Ven, Espíritu de Dios. Pon tu calma en todas mis tormentas.

Ven, seréname, Señor. Toma mi vida entera.


Ven, Espíritu de Dios. Pon tu luz en todas mis sendas.

Ven, seréname, Señor. Renueva mi vida entera.

Ven, seréname. Dame tu paz.


Lectura del santo Evangelio según san Lucas 24, 13-35 Aquel mismo día (el primero de la semana), dos de los discípulos de Jesús iban caminando a una aldea llamada Emaús, distante de Jerusalén nos sesenta estadios; iban conversando entre ellos de todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo. Él les dijo: «¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?». Ellos se detuvieron con aire entristecido. Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le respondió: «¿Eres tú el único forastero en Jerusalén, que no sabes lo que ha pasado allí estos días?». Él les dijo: «¿Qué?». Ellos le contestaron: «Lo de Jesús, el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él iba a liberar a Israel, pero, con todo esto, ya estamos en el tercer día desde que esto sucedió. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado: pues habiendo ido muy de mañana al sepulcro, y no habiendo encontrado su cuerpo, vinieron diciendo que incluso habían visto una aparición de ángeles, que dicen que está vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron». Entonces él les dijo: «¡Qué necios y torpes sois para creer lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto y entrara así en su gloria?». Y, comenzando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que se refería a él en todas las Escrituras. Llegaron cerca de la aldea a donde iban y él simuló que iba a seguir caminando; pero ellos lo apremiaron, diciendo: «Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída». Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció de su vista. Y se dijeron el uno al otro: «¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?». Y, levantándose en aquel momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo: «Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón» Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.


MEDITACIÓN DEL PAPA FRANCISCO

Muchas veces hemos oído que el cristianismo no es sólo una doctrina, no es una forma de comportarse, no es una cultura. Sí, es todo eso, pero más importante y ante todo, es un encuentro. Una persona es cristiana porque ha encontrado a Jesucristo, se ha dejado encontrar por Él.

Este pasaje del Evangelio de Lucas nos habla de un encuentro, de manera que se comprenda bien cómo actúa el Señor y cómo es nuestra forma de actuar. Nacimos con una semilla de inquietud. Dios lo quiso así: inquietud por encontrar la plenitud, inquietud por encontrar a Dios, muchas veces incluso sin saber que tenemos esta inquietud. Nuestro corazón está inquieto, nuestro corazón está sediento: sed de encuentro con Dios. Lo busca, muchas veces por caminos equivocados: se pierde, luego vuelve, lo busca... Por la otra parte, Dios tiene sed de encuentro, hasta tal punto que envió a Jesús a nuestro encuentro, para venir al encuentro de esta inquietud.

¿Cómo actúa Jesús? En este pasaje del Evangelio (cf. Lc 24,13-35) vemos bien que Él respeta, respeta nuestra propia situación, no se adelanta. Solo, algunas veces, con los tercos, pensemos en Pablo, cuando lo tira del caballo. Pero normalmente va despacio, respetando nuestros tiempos. Es el Señor de la paciencia. ¡Cuánta paciencia tiene el Señor con cada uno de nosotros! El Señor camina a nuestro lado.

El Señor camina a nuestro lado, como hemos visto aquí con estos dos discípulos. Escucha nuestras inquietudes, las conoce, y en un momento determinado nos dice algo. Al Señor le gusta oír cómo hablamos, para entendernos bien y dar la respuesta correcta a esa inquietud. El Señor no acelera el paso, siempre va a nuestro ritmo, muchas veces lento, pero su paciencia es así.

Hay una antigua regla de los peregrinos que dice que el verdadero peregrino debe llevar el paso de la persona más lenta. Y Jesús es capaz de esto, lo hace, no acelera, espera a que demos el primer paso. Y cuando llega el momento, nos hace la pregunta. En este caso está claro: “¿De qué vais hablando?” (cfr.v.17). Hace como que no sabe para hacernos hablar. Le gusta que hablemos. Le gusta oír esto, le gusta que hablemos así, para escucharnos y responder nos hace hablar. Como si se hiciese el ignorante, pero con mucho respeto. Y luego responde, explica, hasta el punto necesario. Aquí nos dice: «“¿No era necesario que el Cristo padeciera eso para entrar así en su gloria?” (v. 26). Y, empezando por Moisés y continuando por todos los profetas, les fue explicando lo que decían de él todas las Escrituras». Explica, aclara. Confieso que tengo curiosidad por saber cómo explicó Jesús para hacer lo mismo. Fue una hermosa catequesis.

Y luego el mismo Jesús que nos ha acompañado, que se ha acercado a nosotros, simula ir más allá para ver la medida de nuestra inquietud: “No, ven, ven, quédate un poco con nosotros” (v. 29). Así es como se da el encuentro. Pero el encuentro no es sólo el momento de partir el pan, aquí, sino que es todo el camino. Nos encontramos con Jesús en la oscuridad de nuestras dudas, incluso en la fea duda de nuestros pecados, Él está ahí para ayudarnos, en nuestras inquietudes... Está siempre con nosotros.

El Señor nos acompaña porque quiere encontrarnos. Por eso decimos que el núcleo del cristianismo es un encuentro: el encuentro con Jesús. “¿Por qué eres cristiano? ¿Por qué eres cristiana?”. Y mucha gente no sabe decirlo. Algunos, por tradición. Otros no saben decirlo, porque han encontrado a Jesús, pero no se han dado cuenta de que era un encuentro con Jesús. Jesús siempre nos está buscando. Siempre. Y nosotros tenemos nuestra inquietud. En el momento en que nuestra inquietud encuentra a Jesús, comienza la vida de la gracia, la vida de la plenitud, la vida del camino cristiano.

Que el Señor nos dé a todos esta gracia de encontrarnos con Jesús todos los días; de saber, de conocer precisamente que Él camina con nosotros en todos nuestros momentos. Es nuestro compañero de peregrinación.

Silencio para dejar que Jesús rece en nosotros


Sé fiel a la verdad. Sigue a tu corazón.

No te dejes llevar. Busca a tu vida razón.

SIENTE LA ALEGRÍA DE VIVIR SEGÚN LA VOZ DE TU ALMA.

Y NO DEJES DE PENSAR QUE ES DIOS EL QUE TE HABLA.

MAS NO CAMBIES SU VOZ POR TUS PALABRAS.


Hoy no a sinceridad. Busco mi propio yo.

Sigo siempre mi verdad. Es la mía, no de Dios.

QUIERO COMPRENDER QUE LA VERDAD ESTÁ EN EL EVANGELIO.

Y HE DE DARME A LOS DEMÁS. AMAR SERÁ MI SELLO.

Y PERDER MI IDENTIDAD Y SER DE ELLOS.

ORACIÓN FINAL

¡Señor Jesús, caminas junto a mí y muchas veces no me doy cuenta como les pasó a los dos de Emaús! ¡Sabes, Señor, que mi camino no siempre es fácil, pero en la duda Tú me invitas a confiar en Tu llamada! ... ¡Señor, sé que estás vivo, que has resucitado! ¡Camina conmigo, ¡Señor, quédate conmigo! ¡Quédate conmigo, Señor! ¡Quédate y conviértete para siempre en mi acompañante en el camino de la vida! ¡Sé, ¡Señor, mi maestro, mi amigo, mi compañero, mi huésped, mi protector porque la noche va decayendo y está repleta de oscuridades, de incertidumbres, de soledades, de desalientos, de turbaciones, de sufrimientos, de tristezas, de problemas que parecen no tener fin! ¡Siéntate, ¡Señor, a mi lado reparte tu pan de vida! ¡Quédate conmigo, ¡Señor, y no permitas que dude nunca, que me venza el desaliento, que me deje derrotar por las inseguridades y los miedos, que me sacuda el dolor, que me traspase el desencanto! ¡Quédate, ¡Señor, conmigo para crecer firme contigo, para regresar siempre siendo testimonio tuyo, para decirle al mundo que has resucitado y caminas a nuestro lado! ¡Quédate, ¡Señor, conmigo y hazte cada día el encontradizo conmigo cuando me surjan los temores o tome caminos erróneos! ¡Quédate conmigo, Señor, que tengo necesidad de escuchar Tu Palabra, de sentir como arde mi corazón y se fortalece cada día mi fe cuando el sacerdote parte el pan en la Eucaristía! ¡Quédate, ¡Señor, conmigo porque necesito compartir contigo mi vida y la de los míos, no me dejes solo, no permitas que haga el camino por mi cuenta! ¡Quédate, ¡Señor, conmigo para guiarme y ser mi compañero de peregrinaje hacia el cielo! ¡María, quédate Tú también conmigo ya que eres la Madre de los caminantes, la que nunca nos abandonas y la que da luz a nuestra vida cuando atardece!




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