CANTO DE EXPOSICIÓN
Aunque pase por las turbias aguas y me sienta débil o en soledad, a tu lado yo tengo confianza, Tu firmeza me acompañará.
Yo creo en ti, Jesús Eucaristía. La inmensidad presente en el altar. Tu amor por mi me vuelve a la alegría, De mano de María, aquí estoy para adorar.
No hace falta que diga palabras, conoces mis pensamientos. Ante ti se desnuda mi alma, me rindo a ti Dios eterno.
Yo creo en ti, Jesús Eucaristía. La inmensidad presente en el altar. Tu amor por mi me vuelve a la alegría, De mano de María, aquí estoy para adorar.
Yo creo en ti, Jesús Eucaristía. La inmensidad presente en el altar. Tu amor por mi me vuelve a la alegría, De mano de María, aquí estoy para adorar. Vengo a ti para adorar, aquí estoy para adorar.
INVOCACIÓN AL ESPÍRITU SANTO
Ven Espíritu de Dios. Pon tu paz en todas mis guerras.
Ven, seréname, Señor. Transforma mi vida entera.
Ven, Espíritu de Dios. Pon tu calma en todas mis tormentas.
Ven, seréname, Señor. Toma mi vida entera.
Ven, Espíritu de Dios. Pon tu luz en todas mis sendas.
Ven, seréname, Señor. Renueva mi vida entera.
Ven, seréname. Dame tu paz.
Lectura del santo Evangelio según san Juan 6, 51-58 En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos: «Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo». Disputaban los judíos entre sí: «¿Cómo puede este darnos a comer su carne?». Entonces Jesús les dijo: «En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. Como el Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre, así, del mismo modo, el que me come vivirá por mí. Este es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre». PALABRAS DEL PAPA FRANCISCO
Es fundamental recordar el bien recibido: si no hacemos memoria de él nos convertimos en extraños a nosotros mismos, en “transeúntes” de la existencia. Pero hay un problema, ¿qué pasa si la cadena de transmisión de los recuerdos se interrumpe? Y luego, ¿cómo se puede recordar aquello que sólo se ha oído decir, sin haberlo experimentado? Dios sabe lo difícil que es, sabe lo frágil que es nuestra memoria, y por eso hizo algo inaudito por nosotros: nos dejó un memorial. No nos dejó sólo palabras, porque es fácil olvidar lo que se escucha. No nos dejó sólo la Escritura, porque es fácil olvidar lo que se lee. No nos dejó sólo símbolos, porque también se puede olvidar lo que se ve. Nos dio, en cambio, un Alimento, pues es difícil olvidar un sabor. Nos dejó un Pan en el que está Él, vivo y verdadero, con todo el sabor de su amor. Cuando lo recibimos podemos decir: “¡Es el Señor, se acuerda de mí!”. Es por eso que Jesús nos pidió: «Haced esto en memoria mía» (1 Co 11,24). Haced: la Eucaristía no es un simple recuerdo, sino un hecho; es la Pascua del Señor que se renueva por nosotros. En la Misa, la muerte y la resurrección de Jesús están frente a nosotros. Haced esto en memoria mía: reuníos y como comunidad, como pueblo, como familia, celebrad la Eucaristía para que os acordéis de mí. No podemos prescindir de ella, es el memorial de Dios. Y sana nuestra memoria herida.
Ante todo, cura nuestra memoria huérfana. Vivimos en una época de gran orfandad. Cura la memoria huérfana. Muchos tienen la memoria herida por la falta de afecto y las amargas decepciones recibidas de quien habría tenido que dar amor pero que, en cambio, dejó desolado el corazón. Nos gustaría volver atrás y cambiar el pasado, pero no se puede. Sin embargo, Dios puede curar estas heridas, infundiendo en nuestra memoria un amor más grande: el suyo. La Eucaristía nos trae el amor fiel del Padre, que cura nuestra orfandad. Nos da el amor de Jesús, que transformó una tumba de punto de llegada en punto de partida, y que de la misma manera puede cambiar nuestras vidas. Nos comunica el amor del Espíritu Santo, que consuela, porque nunca deja solo a nadie, y cura las heridas.
Silencio para dejar que Jesús rece en nosotros
CANTO
Déjame, Señor, mirarte bien por dentro,
entrar en tu Corazón y dejarme seducir
y que aumenten mis deseos de querer ser como Tú,
conocerte internamente, amarte y seguirte más,
apostar mi vida junto a ti, déjame verte, Señor,
AMANDO HASTA EL EXTREMO, DEJÁNDOTE LA PIEL,
ENTREGANDO LAS ENTRAÑAS, TUS ENTRAÑAS DE MUJER,
EN UNA TOALLA Y UN LEBRILLO, EN UN ACARICIAR LOS PIES,
EN UN MIRARNOS HASTA EL FONDO SIN NADA QUE REPROCHAR
Y SIN NADA QUE PEDIR, Y CON TANTO PARA DAR.
Yo, el Maestro y el Señor, ya no puedo amaros más,
Pues como el Padre me ha amado, así os he amado yo.
Os dejo mi vida entera en este Vino y este Pan,
Este Pan que soy yo mismo que me parto y que me doy,
Mi deseo es que os améis de corazón, Yo también os quiero ver.
Sí, te doy todo lo que soy para que sigas amando.
La lucha por la justicia entra en esta intimidad,
Que se llena de personas y rostros que acariciar,
Que me impulsa desde dentro a comprometerme más,
Todos caben en tu Corazón, Quiero seguirte, Señor,
ORACIÓN
Nos empeñamos en apropiarnos de todo y nos quedamos solo con la frustración. Queremos programar cada instante, pero la vida se nos escapa de las manos. Nos gustaría conocerlo todo y nos descubrimos los más ignorantes. Soñamos con triunfar en cada proyecto, pero el fracaso nos devuelve a nuestro sitio. Lo tuyo es dar, darte, sin calcular. Lo nuestro es recibir, acoger, sin preguntar. Solo me conozco al mirarme en Ti. Eres el manantial del que todo brota, donde veo la primera luz y empiezo a correr. Eres el mar, donde todo acaba hacia allá me dirijo, en Ti quiero descansar.
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