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Foto del escritorEsclavas Carmelitas

Oración Joven

Nos llamas Señor, nos llenas de vida.

Aquí nuestros corazones laten junto a ti.

Nos colmas de amor, y con tu presencia

la noche transformas en aurora Señor.

Nos haces uno en ti, siempre en ti.


Tú nos llamas ante tu altar

Y nos muestras cómo amar de verdad.

Cuando me tropiezo al andar,

Tú me tiendes la mano y yo vuelvo a caminar.


Toma nuestras vidas, Señor,

Tu palabra llega al corazón

Quiero con tus ojos mirar,

y creer que morir en ti es resucitar.


Canción para invocar al Espíritu


Ven Espíritu de Dios. Pon tu paz en todas mis guerras.

Ven, seréname, Señor. Transforma mi vida entera.


Ven, Espíritu de Dios. Pon tu calma en todas mis tormentas.

Ven, seréname, Señor. Toma mi vida entera.


Ven, Espíritu de Dios. Pon tu luz en todas mis sendas.

Ven, seréname, Señor. Renueva mi vida entera.

Ven, seréname. Dame tu paz.


Lectura del santo Evangelio según san Mateo 28, 1-10

Pasado el sábado, al alborear el primer día de la semana, fueron María Magdalena y la otra María a ver el sepulcro. Y de pronto tembló fuertemente la tierra, pues un ángel del Señor, bajando del cielo y acercándose, corrió la piedra y se sentó encima. Su aspecto era de relámpago y su vestido blanco como la nieve; los centinelas temblaron de miedo y quedaron como muertos. El ángel habló a las mujeres:

«Vosotras, no temáis; ya sé que buscáis a Jesús, el crucificado, No está aquí: ¡ha resucitado!, como había dicho. Venid a ver el sitio donde yacía e id aprisa a decir a sus discípulos: "Ha resucitado de entre los muertos y va por delante de vosotros a Galilea. Allí lo veréis." Mirad, os lo he anunciado».

Ellas se marcharon a toda prisa del sepulcro; llenas de alegría y de alegría corrieron a anunciarlo a los discípulos.

De pronto, Jesús les salió al encuentro y les dijo:

«Alegraos».

Ellas se acercaron, le abrazaron los pies y se postraron ante él.

Jesús les dijo:

«No temáis: id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán».


REFLEXIÓN

Al amanecer, las mujeres fueron al sepulcro. Allí, el ángel les dijo: «Vosotras, no temáis […]. No está aquí: ¡ha resucitado!» (vv. 5-6). Ante una tumba escucharon palabras de vida… Y después encontraron a Jesús, el autor de la esperanza, que confirmó el anuncio y les dijo: «No temáis» (v. 10). No temáis, no tengáis miedo: He aquí el anuncio de la esperanza. Que es también para nosotros, hoy. Hoy. Son las palabras que Dios nos repite en la noche que estamos atravesando.

En esta noche conquistamos un derecho fundamental, que no nos será arrebatado: el derecho a la esperanza; es una esperanza nueva, viva, que viene de Dios. No es un mero optimismo, no es una palmadita en la espalda o unas palabras de ánimo de circunstancia, con una sonrisa pasajera. No. Es un don del Cielo, que no podíamos alcanzar por nosotros mismos: Todo irá bien, decimos constantemente estas semanas, aferrándonos a la belleza de nuestra humanidad y haciendo salir del corazón palabras de ánimo. Pero, con el pasar de los días y el crecer de los temores, hasta la esperanza más intrépida puede evaporarse. La esperanza de Jesús es distinta, infunde en el corazón la certeza de que Dios conduce todo hacia el bien, porque incluso hace salir de la tumba la vida.

El sepulcro es el lugar donde quien entra no sale. Pero Jesús salió por nosotros, resucitó por nosotros, para llevar vida donde había muerte, para comenzar una nueva historia que había sido clausurada, tapándola con una piedra. Él, que quitó la roca de la entrada de la tumba, puede remover las piedras que sellan el corazón. Por eso, no cedamos a la resignación, no depositemos la esperanza bajo una piedra. Podemos y debemos esperar, porque Dios es fiel, no nos ha dejado solos, nos ha visitado y ha venido en cada situación: en el dolor, en la angustia y en la muerte. Su luz iluminó la oscuridad del sepulcro, y hoy quiere llegar a los rincones más oscuros de la vida. Hermana, hermano, aunque en el corazón hayas sepultado la esperanza, no te rindas: Dios es más grande. La oscuridad y la muerte no tienen la última palabra. Ánimo, con Dios nada está perdido.

Ánimo: es una palabra que, en el Evangelio, está siempre en labios de Jesús. Una sola vez la pronuncian otros, para decir a un necesitado: «Ánimo, levántate, que [Jesús] te llama» (Mc 10,49). Es Él, el Resucitado, el que nos levanta a nosotros que estamos necesitados. Si en el camino eres débil y frágil, si caes, no temas, Dios te tiende la mano y te dice: «Ánimo”. Pero tú podrías decir, como don Abundio: «El valor no se lo puede otorgar uno mismo» (A. Manzoni, Los Novios (I Promessi Sposi), XXV). No te lo puedes dar, pero lo puedes recibir como don. Basta abrir el corazón en la oración, basta levantar un poco esa piedra puesta en la entrada de tu corazón para dejar entrar la luz de Jesús. Basta invitarlo: “Ven, Jesús, en medio de mis miedos, y dime también: Ánimo”. Contigo, Señor, seremos probados, pero no turbados. Y, a pesar de la tristeza que podamos albergar, sentiremos que debemos esperar, porque contigo la cruz florece en resurrección, porque Tú estás con nosotros en la oscuridad de nuestras noches, eres certeza en nuestras incertidumbres, Palabra en nuestros silencios, y nada podrá nunca robarnos el amor que nos tienes.


CANCIÓN

Aleluya, aleluya, aleluya,

aleluya, aleluya, aleluya.

¿Con qué palabras diría

que no es llanto que son lágrimas de alegría?

Yo lo he visto, me sonreía,

está vivo, era él.

Como un susurro se oía,

era su voz, me llamó “María”.

Yo lo he visto, me sonreía,

él estaba junto a mí.

Aleluya, aleluya, aleluya…

Ángeles nos han hablado

delante del sepulcro abandonado:

“El Señor ha resucitado,

está vivo, no está aquí”.

Sin respiro por el camino

gritando fuerte a todos que él está vivo,

todo el mundo debe saberlo:

vive ahora, vive aquí.

Aleluya, aleluya, aleluya…

Alba, presagio de un tiempo

que renueva la vida del universo.

Todo nos habla de eterno

porque él resucitó.

Dejan sus llagas, su gloria,

huellas vivas dentro de nuestra historia,

signos de un amor que no muere,

vive siempre, vive hoy.


ORACIÓN

Señor, ha llegado la noche y nuestra barca navega en medio de la oscuridad. Si tú no vienes, Señor, no habrá amanecer en la tierra. Venciste la muerte, y la vida te devolvió a nuestra tierra; te hiciste compañero con hambre, con sed y en pobreza. Venid a la orilla, venid que él está cerca, nos regala su pan con el fuego, con su corazón en brasas nos espera. Señor, nos diste a comer de tu cuerpo, nos llamas a ser testigos en el mundo, en la tierra, y a decirle a los hombres que tu amor nos espera. Qué no tengamos miedo porque Tú has vencido y nos haces vencedores en Ti. Nos regalas tu Espíritu que puede resucitar.




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