La Cruz que apenas percibimos cuando vamos por nuestras calles y contemplamos nuestras ciudades e iglesias, se ha hecho en estos días más real. No hay quien no haya mirado a Jesús crucificado en las últimas semanas tratando de entender el sentido de tanto dolor y sufrimiento. ¿Es necesario? ¿Por qué Dios nos salvó así?
Nos encontramos ante la cruz, una vez más. Por la mañana os invitábamos a contemplar como Jesús ha cargado con cada uno de nuestros pecados, nuestros miedos, desprecios... y quizás el sentimiento de culpa se haya instalado en tu corazón o algo se haya removido en tu interior. Piénsalo bien de nuevo: hay Uno que ha muerto por ti.
Pero el momento de sufrir se acabó. Aparca tu sentimiento de culpa. Es la hora de acompañar a aquel que ha dado su vida por ti, el momento sentirte abrazado por el amor. El Padre te ama en Jesús, y ve a su Hijo en ti, lo abraza en ti, porque Él ha querido identificarse profundamente contigo. Ponte delante de la Cruz esta noche, como quien se presenta sin méritos ni entrega propios. Jesús ya se lo ha dado todo al Padre por ti.
Acepta que el Padre ignora el engaño y sonríe benevolente.
Recibe su bendición. Te ve como a su Hijo, liberado de tu ser pecador que tantas veces te frustra. Esta noche te ve como eres en realidad: HIJO.
Ha deseado ardientemente el amor de tu corazón, el amor del corazón de un hombre abandonado, quebrado y empobrecido, ese es el deseo y el consuelo de Jesús en esa noche: amarte y consolar tu humanidad.
Esa cruz que Jesús asumió con corazón de hombre nos acerca al misterio de nosotros mismos, por eso, te invitamos ahora a hacerla parte de ti, para unirte más profundamente al misterio de Jesús.
Canto de Taizé: Crucem tuam
LA CRUZ EN TU FRENTE:
Coge tu cruz, cierra los ojos y acércala a tu frente. Repasa con la cabeza tus pensamientos más negativos, todo aquello que oscurece tu mente, tus dudas y miedos. Quizás no entiendes cómo alguien puede entregar su vida por alguien como tú; que no eres un buen cristiano o que por mucho que intentes cambiar siempre vuelves a tus pecados. Saca todo de tu cabeza, deja que la cruz lo tome. Ten piedad Señor de mis tinieblas y de mi dar mil vueltas a las cosas.
Canto de Taizé: Crucem tuam
LA CRUZ EN LA BOCA:
Acércala a la boca. Recuerda aquellas veces que has podido ofender a alguien durante tu vida. Muchas veces nos salen palabras sin medida y sin control, sin pensar en aquel que las escucha ni en Jesús. ¿Cuántas veces tus palabras han herido a alguien? ¿Cuántas veces han acusado a alguien que no se lo merecía? Acércate la cruz a la boca y susúrrale eso de lo que te arrepientes. Pon Señor una guardia en mi boca, un centinela a la puerta de mis labios.
Canto de Taizé: Crucem tuam
LA CRUZ EN TU CORAZÓN:
Ahora llévala a tu corazón. Recuerda todos los sentimientos que has experimentado hoy, las veces que dejas que los sentimientos que brotan sin control dirijan tu vida. ¿Te atreves a dejar que sea tu corazón quien marque los pasos, aun sabiendo que puedes sufrir? Deja que la cruz sienta tus latidos y repare los sufrimientos de tu corazón. Ten piedad Señor de mi debilidad, de mi confusión.
Canto de Taizé: Crucem tuam
LA CRUZ EN TUS MANOS:
Deja la cruz en tus manos abiertas. Las manos las utilizas para dar y recibir. ¡Cuánto has dado y has recibido de ese Cristo muerto que tienes delante! Sin embargo, ¿cuántas veces las has utilizado para hacer daño a alguien? ¡Basta! Cógela con fuerza y apriétala hasta que notes que ese dolor se disipe entre ese pequeño trozo de madera. Ten piedad de mis infidelidades, Señor.
Canto de Taizé: Crucem tuam
LA CRUZ EN TUS PIES:
Hoy has estado acompañando a Jesús durante el Vía Crucis, como caminando junto a Él. Pero, ¿cuántas veces te ha podido la comodidad, y te has quedado quieto? Recuerda las veces que has abandonado el camino que te marca Jesús. No te preocupes, Él siempre abre nuevos caminos para que encuentres otra vez el suyo. Lleva la cruz a tus pies y deja que el cansancio que te impide actuar recaiga sobre ella. Ten piedad Señor de mis evasiones y claudicaciones.
Canto de Taizé: Crucem tuam
Jn 19, 30-37
Jesús, cuando tomó el vinagre, dijo: «Está cumplido». E, inclinando la cabeza, entregó el espíritu. Los judíos entonces, como era el día de la Preparación, para que no se quedaran los cuerpos en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un día grande, pidieron a Pilato que les quebraran las piernas y que los quitaran. Fueron los soldados, le quebraron las piernas al primero y luego al otro que habían crucificado con él; pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados, con la lanza, le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua. El que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero, y él sabe que dice verdad, para que también vosotros creáis. Esto ocurrió para que se cumpliera la Escritura: «No le quebrarán un hueso»; y en otro lugar la Escritura dice: «Mirarán al que traspasaron».
Canto: Al contemplarte en la Cruz (Athenas)
Mirarán al que traspasaron. Así termina el Evangelio de Juan que a lo largo de todo su evangelio ha tratado de concentrar nuestra mirada y nuestro corazón en la contemplación de Jesús.
Jesús se ofrece por todos y nos desvela algo que ya intuíamos, a Dios le interesamos nosotros. Cualquier cosa que le podamos ofrecer es demasiado poco. Le interesas tú.
Dios no necesita los holocaustos y sacrificios de las cabras y toros del Antigua Testamento. Dios te quiere a ti. Adorar a Dios es aceptar ser crucificados, vivir con el gesto del amor sin reservas entre nuestras manos.
Mientras en el templo se desangraban los corderos pascuales, fuera de la ciudad muere un hombre, el Hijo de Dios. Muere por aquellos mismos que creen honrar a Dios en el templo. Y muere como hombre. Se va a dar todo él a los hombres que no están en disposición de darse a él y pone en lugar de los sacrificios del templo su amor “hasta el extremo” por nosotros.
Ahora puedes ponerte delante del crucifijo que hayas preparado. Tocar alguna de sus heridas, abrazarlo, adorarlo...
· ¿Qué sacrificios puedes estar haciendo que no agraden a Dios?
· Concreta cómo te pide Jesús que ofrezcas tu vida con Él.
Silencio y adoración.
Canto: Al contemplarte en la Cruz (Athenas)
Un soldado abrió el costado de Jesús con la lanza. El costado de Adán había sido traspasado y de él salió Eva. Ahora, del costado abierto de Jesús nace la Iglesia en una relación de profunda reciprocidad.
La Iglesia nace del costado abierto de Cristo moribundo. Ha sido la muerte del Señor y su radical don por nosotros la que ha causado esta fecundidad. Si el grano de trigo no muere, queda infecundo, pero si muere da mucho fruto.
La gran victoria de Jesús es no temer perder, es existir para los demás en un movimiento centrifugo que alcanzará todos los tiempos.
El costado abierto es la contraseña de Cristo como el hombre que existe-para-los demás. Y es también mandato para aquellos que hemos sido cautivados en la contemplación de esa herida: en ella eres arrancado del individualismo y el narcisismo que trae la muerte. Ahora existes para los demás.
Ahora puedes ponerte delante del crucifijo que hayas preparado. Tocar alguna de sus heridas, abrazarlo, adorarlo...
· ¿En qué egoísmos vives encerrado? ¿Dónde eres consciente de que vas buscando tu propia seguridad?
· Abre tus manos, mira a Jesús... Desde la cruz él te quiere regalar esta noche el amor que es capaz de entregarse sin medida, adóralo.
Silencio y adoración.
Canto
PETICIONES
MONICIÓN AL PADRENUESTRO.
Jesús muere para mostrarnos el amor del Padre, y nos deja su testamento: orad con confianza, tenéis un Padre bueno que es siempre providente con vosotros, permaneced unidos en su amor.
Padrenuestro
Canto
ORACIÓN FINAL.
Oh Señor, concédenos en esta hora poder mirarte, en la hora de tu oscuridad y de tu rebajamiento a la obra de un mundo que quiere olvidar la Cruz como se hace con un incidente desagradable, que se oculta a tu mirada, considerándola una inútil pérdida de tiempo y no se da cuenta de que es precisamente aquí donde nos sale al encuentro tu hora decisiva, en la cual nadie podrá sustraerse a tu mirada.
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