La sal de la tierra (Mt 5, 13-16)
Dijo Jesús a sus discípulos: «Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán?». Hay algo en esta frase que llama la atención. La sal sirve, además de para conservarlos, para dar sabor a los alimentos. No tiene función en sí misma (a nadie se le ocurre tomar sal a cucharadas) sino para otros, para potenciar el sabor propio de cada alimento. En este sentido, es un halago y una responsabilidad el que Jesús diga a sus discípulos que son "la sal de la tierra", cuyo valor y plenitud están en la misión que tienen de dar sabor al mundo, sobre todo en situaciones en las que el mundo es insípido o, por desgracia, sabe a dolores y amarguras. Y aquí viene el giro desconcertante: Jesús no dice «si la sal se vuelve sosa, ¿con qué salarán la tierra?», sino que muestra su preocupación por la propia sal: «si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán?». Sin dejar de mirar al mundo, a Jesús le preocupa que sus discípulos nos volvamos sosos por lo que eso mismo tiene de abandono de nuestra propia vocación y realización: «Si dejáis de dar sabor a la tierra, ¿qué será de vosotros, de vuestra propia plenitud como personas y como discípulos míos? El mundo se quedará sin vuestra sal, pero vosotros os quedaréis sin realizar aquello a lo que estáis llamados y que os hará mejores personas, más completas, más fecundas y, por eso mismo, más cercanas a Dios».
Vosotros sois la luz del mundo.
También aquí encontramos una frase llamativa. Dice Jesús: “Brille así vuestra luz ante los hombres para que vean vuestras buenas obras… y den gloria a vuestro padre que está en los cielos”. No que os den gloria a vosotros, no que hablen bien de vosotros por vuestras obras sino que, al verlas, alaben a nuestro Padre. Como cuando conocemos a una familia en la que los niños son cariñosos, educados y responsables, y comprendemos que todo eso lo han recibido de sus padres. Viendo a los niños, instintivamente alabamos a sus padres.
A veces un sentido de falsa humildad puede hacernos ser recatados, para no “presumir”, argumentando que la mano izquierda no debe saber lo que hace la derecha. Pero no se trata de eso, no se trata de ocultar los talentos; se trata, como decía santa Teresa, de comprender que “humildad es andar en verdad”, de ser como somos, ni más ni menos, y mostrarnos así y contarlo a todos con verdad, para que nos vean y, viéndonos, descubran la fuerza que nos mueve y el amor que nos alienta. Y descubrir que esa fuerza y ese amor no vienen de nosotros sino de lo alto y de lo profundo. Esa es nuestra verdad y nuestra humildad.
Pili Barral y José, Segovia
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