CANCIÓN: Barro, Señor
Barro, Señor, quiero ser barro blando
en tus divinas manos de alfarero,
barro que nada vale por sí solo
si Tú no lo modelas con tu genio.
Sólo barro, Señor, materia prima,
tal como me creaste, húmedo y fresco,
que de mi pobre barro harás un día
una obra de arte digna para el Cielo.
Y en todo ello ¿qué tengo yo que hacer?
Dejarme modelar por Ti, tu esfuerzo
creador irá puliendo las aristas
y dando vida a lo que estaba muerto.
Barro, Señor, ser sólo barro quiero
que nunca pida cuentas a su Dueño;
barro que no se seque y sea dócil
cuando lo aprietes fuerte entre tus dedos.
Así, poquito a poco, con el tiempo
será una realidad aquel proyecto
que eternamente dibujó en sus sueños
tu enamorada Alma de Arquitecto.
Y si algún día en el pecado grave
se me hunde el alma y, seco, me endurezco,
humedéceme pronto con tu gracia
hasta que vuelva a ser barro de nuevo.
Y si me rompo, frágil, y tu empeño
ves fracasado, en trozos, por el suelo,
no me olvides, Señor, no me rechaces,
vuelve a recomponerme, te lo ruego.
Barro, Señor, sólo soy barro
TEXTO BÍBLICO
Señor, tú eres nuestro padre, nosotros la arcilla y tú el alfarero: somos todos obra de tu mano. (Is. 64, 7)
PEQUEÑA REFLEXIÓN
Nunca olvidaré aquel día 8 de marzo. Habíamos salido de excursión. Recuerdo que fuimos a un pueblecito y que visitamos un viejo taller de alfarería. El alfarero se sorprendió al vernos.
Era un hombre entrado en años, de cara delgada y barba a medio afeitar. Sentado en un taburete de madera, sus grandes manos, manos deformes y rugosas, moldeaban con mimo la arcilla.
En cada vuelta de torno la figura de una vasija iba ganando en realismo y perfección. Era cautivante la imagen, pero a mí hubo otra cosa que me llamó especialmente la atención: enfrente del alfarero, sobre una especie de dintel de azulejos blancos había una inscripción:
“OFICIO ANTIGUO, NOBLE Y BIZARRO:
DIOS FUE EL PRIMER ALFARERO;
EL HOMBRE EL PRIMER CACHARRO.”
La lectura de aquella inscripción me hizo sonreír. Así, a primera vista, me pareció una frase graciosa, imaginativa; después, sin saber por qué, me quedé ensimismado, pensativo. Pensé en el hombre. Los seres humanos somos frágil arcilla en las manos de Dios. Él, a lo largo de nuestra vida, nos va moldeando con mimo, con dedicación. Cada figura, cada hombre, es su más hermosa vasija. El Alfarero divino aprovecha nuestro material: separa la ganga, el barro inservible, y queda con lo mejor de nosotros, con la arcilla buena y moldeable. De vez en cuando algún material extraño opone resistencia, entonces sus manos expertas trabajan con más empeño, con mayor atención.
Pensé, también, en la fragilidad del ser humano, en su debilidad, en la necesidad tiene de ser moldeado cada día. La vida, las ilusiones, son como un leve suspiro. Hay materiales fácilmente rompibles; otros son más resistentes. Algunos son arcilla pura; la ganga predomina en otros. Pero todos somos arcilla necesitada. Todos necesitamos las manos alfareras de Dios. Recuerdo que las voces de mis compañeros me sacaron de pensamientos. Teníamos que irnos. Sin embargo, antes de abandonar la alfarería compré algunas pequeñas vasijas que aún conservo. Mantienen en mi la esperanza de ser mejor cada día.
ORACIÓN FINAL
Señor, cansada estoy de mi barro, informe y desgastada vengo a ti.
Acógeme en tus manos, modélame Tú, hazme a tu medida, a tu voluntad, según tu corazón. Vacíame, aunque me duela renunciar a todo lo que tengo, a todo cuanto contengo hasta rebosar. Repárame, cura mis heridas y hendiduras, para que no vierta nada de cuanto recibiré de ti. Sé Tú, Señor, mi alfarero y enséñame a servirte con la humildad de la vasija.