Los domingos de la primera semana y todas las fiestas y solemnidades rezamos en laudes el salmo 149. He descubierto que si la liturgia nos propone este salmo con tanta insistencia (quien reza la liturgia de las horas lo sabe) es por algo.
El comienzo del Sal. 149 es: "Cantad al Señor un cántico nuevo, resuene su alabanza en la asamblea de los fieles, que se alegre Israel por su Creador, los hijos de Sión por su Rey."
Hoy, solemnidad de Cristo Rey del Universo yo también quiero cantar el cántico nuevo. El cántico de los que se saben en sus manos. Hoy, que concluye el jubileo de la Misericordia, yo también quiero cantar las misericordias del Señor conmigo. Una misericordia que reconozco en los que me rodean y que entiendo mejor cuando paso un rato largo delante del Sagrario. Una misericordia que he tratado de actualizar durante este año, sintiéndola derramarse sobre mí y practicándola en las obras de misericordia.
El Buen Samaritano ha pasado por el camino en que me habían herido y me ha recogido. Me ha llevado sobre sus hombros hasta la posada y allí ha dejado una propina para quien sigue cuidándome en su nombre.
Los hijos de Sión nos alegramos por nuestro Rey de Misericordia, que no ha tenido reparos en abajarse y hacerse hermano nuestro. Que nos ha buscado en los caminos y nos ha invitado a su banquete.
Esto esclarece el resto del salmo y su final: "Ejecutar la sentencia dictada es un honor para todos sus fieles." La sentencia dictada que ejecutamos, honrados por ello, los fieles es la de la misericordia. La que hemos recibido en nuestra vida y vamos alegres a anunciar a los demás.