En esta frase que leí en el Santuario de la Virgen de Lourdes en los Pirineos se podría resumir mi JMJ. El obispo nos dedicaba, entre muchas otras, estas palabras en una carta a los jóvenes de Madrid en la que nos invitaba a salir de nuestras casas y dar la cara por Cristo. Eran únicamente cinco palabras, pero esas cinco palabras para mí fueron una gran invitación a hacer de mi peregrinación una ocasión en el que tuviese una actitud diferente a la que podía haber tenido en otras convivencias y viajes.
Me di cuenta de que ser un puente era tan necesario para los demás como para mí. Me di cuenta de que en mis viajes y en mi vida en general había estado cerrada a muchas cosas en las que ahora Él me pedía que les abriese la puerta. Los puentes son sólidos y firmes, no son selectivos, son necesarios, ayudan a caminar, y están para todos. Los muros no ayudaban para nada, y era hora de tumbarlos y derribarlos. Una experiencia con tantos jóvenes y con tanta gente no iba a salir bien si no optaba por ser una persona que trabajase por unirse con los que tenía alrededor. Así fue: Terminé contenta aquella gran aventura porque había conseguido fuerzas para hacer lo que Él me pedía.
Y si durante aquellos días salió bien... ¿por qué no ser un puente todos los días de mi vida?