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Foto del escritorEsclavas Carmelitas

De la alegría del corazón


¿Cómo se abre el camino para la alegría? Tenemos que unir con Dios lo más íntimo de nosotros. Yo querría proponerte el siguiente, muy andadero: lo más íntimo que tenemos es la actitud de nuestra voluntad. Ahí hemos de ser uno con Dios, y entonces su alegría podrá introducirse en nuestro interior y correr libremente por nosotros. Cuantas veces digamos sinceramente al Señor: “Señor, quiero lo que Tú quieras”, quedará abierto el camino para la alegría de Dios. Y cuando hayamos llegado a tal punto que siempre pensemos así, cuando nuestro más íntimo querer se vuelva sincera y constantemente a Dios, seremos alegres pase lo que pase fuera. Ciertamente, este volverse a Dios ya ha de tener en sí mismo algo emparentado con la alegría: no puede ser forzado, temeroso o desconfiado. Ha de ser libre y animoso. Llenos de alegre confianza tenemos que decir: “Dios fuerte, lo que Tú quieras lo quiero yo también.” Así que de lo que se trata es de bregar hasta llegar a identificarnos por completo con la voluntad de Dios.

Ahora bien, ¿dónde vemos qué quiere Dios? para eso no necesitamos dilatadas reflexiones o grandes planes. Lo vemos en algo muy normal: en el momento presente. Bien es verdad que a veces hay que tomar grandes decisiones o hacer planes que exigen mirar muy lejos. En esos casos “ha llegado el momento” correspondiente. Así que podemos mantener en pie lo que decíamos: lo que sea necesario precisamente aquí, lo que sea mi obligación precisamente ahora, eso es la voluntad de Dios. Si lo hacemos, Dios nos llevará de un acto al siguiente. Pues cada instante, con la obligación que le acompañe, es un mensajero de Dios. Si les prestamos oído adquiriremos la madurez precisa para entender correctamente el siguiente mensaje y cumplir lo que nos pida. Así iremos realizando paso a paso la tarea de nuestra vida. En suma: acometer resueltamente lo que Dios quiera de nosotros en cada momento. Darle libremente un sonoro “sí” y ponernos manos a la obra con decisión. Entonces tendremos alegría.

Romano Guardini


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