En la invitación de mi profesión quise que se leyese: “Encontré el amor de mi alma, lo abracé y no lo soltaré” Ct 3,4. Sin embargo, a veces pienso que sería mejor decir: me encontró el amor de mi alma, me abrazó y no me soltará. Si yo soy capaz de hacerlo, es porque Él lo ha hecho, lo hace y lo hará siempre.
Cuando tenía 14 años, tuve un sueño que más tarde he relacionado con la experiencia de Dios en mi vida. Un chico venía hacia mí con muchísimo cariño me cogía de la mano y juntos corríamos y corríamos, esquivando los obstáculos que encontrábamos, hacia algún sitio que no llegué a ver, pero que deseaba con toda mi alma. Lo importante de este sueño no fue el hecho en sí, sino que descubría, en el fondo, un deseo grande de mi corazón. En algún momento de mi adolescencia pude ver que ese que se acercaba a mí era el Señor, que a pesar de todo, ha conseguido cogerme de la mano para que juntos, corramos sin parar hasta el Cielo. Tengo la sensación de que mi profesión perpetua ha sido ese momento en el que el Señor me ha cogido de la mano para no soltarme nunca.
El Señor quería que fuese suya y ha luchado para conseguirlo. En estos meses de preparación a mi profesión, he podido echar la vista atrás y agradecer cada instante de mi niñez, adolescencia y juventud. En ellos no veo más que todo un Dios enamorado de mí que, a través de personas, acontecimientos, de la sagrada Escritura, los sacramentos y mociones, me ha buscado como a la oveja perdida y desobediente de la parábola.
Es imposible escribir aquí todo lo que he recibido del Señor a través de su Iglesia. Pero quiero mencionar los años de formación inicial que el Instituto me ha brindado y que me han construido como consagrada en una etapa decisiva de mi vida. Estoy muy agradecida porque me he sentido cuidada y alentada con misericordia y paciencia en todo momento.
Por todo esto el 2 de Abril fue un día de mucho gozo. La ceremonia fue preciosa porque lo fueron cada uno de los ritos, los cantos y las palabras de la homilía, y sobre todo, por la presencia del Señor y la fe de los que allí estábamos. El momento de las letanías, cuando postrada en el suelo, pedía a todos los santos que me ayudasen a ser fiel para siempre o el del abrazo fraterno, que a modo de bienvenida, me dieron las hermanas, fueron momentos muy intensos. También lo fue la fiesta en la que pude estar con tantas personas queridas. Mis Hermanas, mi familia, mis amigos, y las personas que el Señor me ha regalado, tanto en los años de formación como en la misión fueron el mejor regalo. Por ellos llevaba rezando meses antes para que ese día fuera para ellos un abrazo de misericordia del Señor como se leía en el providencial cartel de la Iglesia de San Esteban. Me consta que la petición que, además le hice a Jesús mientras postrada se cantaba el Veni Creator y se tiraban pétalos, fue escuchada y el Señor colmó de bendiciones a muchos de los presentes.
Después de ese día, soy consciente de que no dejo de crecer acompañada por el Señor y, aunque no existe ya la meta de la profesión perpetua, existe una mucho más grande que es la del Cielo. Espero, como hasta ahora, contar con la providencial ayuda de tantas personas para que cuando llegue el final de mi vida pueda reconocer la voz del Esposo que me llama a las nupcias eternas.
[Se pueden ver las fotos de la celebración en nuestra galería fotográfica]